Seamos claros y digámoslo de una vez: buscaba explorar los secretos de la naturaleza. Y de paso comprobar la teoria griega de la unicidad de la materia, y la gran Medicina Universal.
Que lo haya conseguido o no es harina de otro costal.
Pero si aún albergáis dudas, dejemos que sean los propios alquimistas quien lo esclarezcan en sus tratados.
¿Qué buscaban?. Lean atentamente...:
Geber – uno de los alquimistas Árabes más citados en los tratados- en su “Suma de perfección” nos dice bien claro que “no existe más que una sola piedra, una sola medicina y una sola cocción. En esto consiste nuestro magisterio.”
Morienus, en sus conversaciones con Kalid (dialogo entre el rey y el filosofo) nos dice que tengamos “presente que una parte de esa sustancia transforman mil partes de plata en oro puro”, declarando que esto consta su magisterio.
Alberto el Grande (Magno), en su “El compuesto de los compuestos”, es terminante en cuanto a las propiedades intrínsecas de la piedra : “ una parte de Elixir perfecto en el primer grado , proyectado sobre 100 partes de mercurio ...las transmuta de inmediato en verdadero sol (oro) mejor que el natural”.
También habla de una medicina a la que se deberá disolver, coagular, moler y cocer para aumentar sus virtudes.
Basilio Valentín vuelve en su “Doce Claves de las Filosofía” a hacer hincapié en que la piedra “penetra en los cuerpos humanos y metálicos, constituyendo el remedio para todas las enfermedades, pues rechaza lo nocivo y sabe conservar lo útil”.
En efecto, -y como ya mencioné en otro informe - nada de una visión espiritual superior o una inmortalidad física desmesurada. Y si hubiera dudas en cuanto a lo último, nos aclara el ilustre Valentín (décima clave):
“ Quien haya tenido el Don de encontrar esta piedra , que dé gracias a Dios por ello y le suplique que, tras cruzar felizmente esta vida, le permita gozar de la bienaventuranza eterna”.
Lo que denota no sólo una profunda creencia arraigada en Valentín, sino que creía en la Otra Vida, por tanto, no anhelaba conservar indefinidamente su cuerpo que, por otro lado, tampoco podía mantener.
Roger Bacon, en su “El espejo de la alquimia”, es el más contundente en cuanto a lo que persigue en la gran Obra: un cambio de un metal a otro. Por eso da importantísimas – y lógicas- indicaciones de donde proviene la idea y base de la alquimia.
Partiendo de cómo evolucionaron los metales en la tierra, nos desvela la Materia prima y la forma de aislar el azufre y mercurio que la componen de modo de unir luego ambos productos en un solo compuesto.
Y si hubiera dudas en cuanto a lo que considera como transmutación, Bacon zanja toda incertidumbre con estas palabras:
“Aprende que la naturaleza se difunde rápidamente en su propio cuerpo, y en cambio no se le puede unir con un cuerpo extraño. De igual modo el alma penetra rápidamente en el cuerpo que le pertenece, más sería en vano que tú quisieras hacerle entrar en otro cuerpo”.
El Cosmopolita, de quien dicen que existen numerosos testimonios de sus transmutaciones públicas (que seguramente un ilusionista podría emular hoy día, pero que lo emule no necesariamente significa que era un fraude), ya nos habla en su “Cartas filosóficas” que de la piedra “se puede extraer una medicina magnifica y saludable”.
Arnaldo Vilanova, escribe en su “El camino de los caminos” :
“Más adelante os enseñaré la manera de hacer esa transmutación, destruyendo así la opinión de los que pretenden que la forma de los metales no puede ser cambiada”.
Haciendo clara referencia al cambio de un metal en otro, mediante el Arte Sacro.
Pues bien, en todos estos tratados, bien leídos ¿dónde mencionan, sea por asomo, la transmutación del alquimista en otra personalidad? ¿Dónde está ese esoterismo que tan bien supieron brindar los “Brujos” Pauwels y Bergier?
Muchas opiniones se inclinan invariablemente a la idea de que si se bebe un elixir alquímico en una pócima, en su momento oportuno, el artista despierta a otras “realidades inefables” , pero ¿en qué lugar de los tratados se indica esta gloriosa finalización?.
En cambio vemos otra cosa más terrenal. Y, de hecho, si nos tomamos la molestia de estudiar cada tratado, su expresión idiomática, la personalidad trasvasada en cada frase, la correspondiente biografía (de ser posible y ostensible) de cada autor, nos encontraremos generalmente con que aquellos grandes maestros eran personalidades comunes –más reflexivos, más observadores, después de todo de ahí partieron los rudimentos de la química – pero que estaban tentados como cualquier mortal ante la garra del destino.
Y elevaban letanías a Dios sí (necesario según la persona, indispensable según los tiempos inquisitoriales), pero por otro lado se jactaban de poseer un saber inigualable en comparación de sus contemporáneos a los que miraban desdeñosamente.
Y aunque esto pudiera ser cierto (otorgando el beneficio de la duda), aunque este “saber” estuviera en sus manos, ¿ no son actitudes muy ajenas a las personalidades desarrolladas espiritualmente en serio.?
Es más: no juzguemos todavía aquellas veces en que las vanidosas transmutaciones en publico les costó encierros o muertes prematuras para arrancarles el secreto (que evidentemente no supieron revelar dado que posiblemente para ellos no existía tal secreto, eran simples trucos de prestidigitación ¿o acaso vamos a pensar que valía más que sus vidas lo que fuera que descubrieron?, es enternecedor pensar así, pero aquellos hombres eran, insisto, bien mundanos y terrenales).
Salvo en la célebre novela-iniciatica Zanoni de Bulwer Lytton, el silencio a esta transmutación en el alquimista a través de una pócima o ungüento es harto curioso.
Pero continuemos.
Flamel en “El libro de las figuras jeroglíficas”, nos advierte de la piedra “que es como un león que devora toda la naturaleza pura metálica y que , trocándola en su verdadera sustancia, en verdadero y puro oro, más fino que el de los mejores minas.”
También dice que existe el “Elixir blanco” que es una grandiosa medicina que trae felicidad al hombre, lo aleja de estos mares de sufrimiento.
En “La clavícula” de Ramón Lulio hallamos la perfecta síntesis de la Gran Obra vista por este hombre que supuestamente la logró:
“Entonces es una materia noble y una medicina real que prontamente cura todas las enfermedades ; transmuta toda clase de metal en oro puro, mejor que el oro natural.”
En la “Médula de la Alquimia” del enigmático Ireneo Filaleteo hallamos ni bien abrimos en la primera hoja:
“Del Arte Dorado, tan estimado por muchos, hemos probado, y enseñado por ejemplos, que no era fábula como muchos estimaban, sino real; ahora nuestra musa al fin es llevada al orden para desvelar su debida práctica, por la que pueden conseguirse plata y oro.”
Y así es: el oro y la Medicina eran lo que buscaba el alquimista.
Por eso, luego nos dice Filaleteo en su volumen “La entrada abierta al palacio cerrado del rey” que la piedra posee tres utilidades. Entre ellas: la transmutación de un metal en otro, la obtención de piedras preciosas, y la famosa Medicina:
“Tercero, y finalmente, posee una medicina universal tanto para la prolongación de la vida como para curar todas las enfermedades. Un solo Adepto, por lo menos, valdría para curar todos los enfermos del mundo entero”.
Cyliani, en su “Hermes desvelado”, nos introduce en los pormenores que rodearon su vida de filósofo. Buscando día y noche la “piedra” hasta que por fin la pudo obtener. Y con dicha obtención realiza una transmutación delante de su mujer: “faltaba convencerla y hacer la transmutación delante de ella" , que queda estupefacta por el cambio en oro del metal vulgar:
“Vimos con gozo al mercurio ofrecer un fenómeno bien curioso, y coagularse con el color del oro más bello; no tenía más que fundirlo en un crisol y verterlo; hice así la transmutación en frío, para gran asombro de mi mujer”
Y en efecto, una vez más vemos que le permitía “al adepto realizar, sobre todas las cosas, una evolución que exigiría largos siglos, si no milenios, a la naturaleza para consumarla” [1]
Así, el bueno de Cyliani se empeña a toda costa - con denuedos esfuerzos - por obtener la piedra porque para él: “la vida ante mis ojos no tenía ya encantos hasta que poseyera la salud, y pudiese hacer seres dichosos sin que ellos pudiesen hablar de nosotros. El conocimiento de la Piedra Filosofal colmaba este fin”
Pero vayamos concluyendo esta apretujada síntesis.
Veamos que propiedades les adjudicaron a la piedra dos de los personajes más influyentes, modernos y controvertidos que dio a luz el Arte hermético, cuyos aportes han creado toda una serie de escuelas de pensamiento, y un arduo trajinar en el laboratorio: Fulcanelli y Kamala Jnana[2].
Empecemos por este último hombre, cuyo libro gloriosamente ejecutado con fotografías de la Gran Obra[3] en todas sus etapas, se lo considera prueba irrefutable de que, en efecto, logró la piedra.
La obra alquímica de Kamala es la más noble de todas. Es la “vía húmeda”.
Y en sus volúmenes en francés hallamos referencias semejantes a:
“En el matraz de tierra (crisol) donde está el metal fundido, algunos granos de polvo de proyección van ser lanzados, envueltos de pura cera de abeja (el simple pasaje de la Piedra en él humo de la fusión impediría el efecto de la Transmutación, y es por esto mismo que el alquimista deberá tomar esta precaución). Un instante más tarde, el metal vil es transformado en oro, al simple contacto de la Piedra Filosofal...”
Sí, así es. Nada de transmutación en la persona por medio de ingestos, sino algo más vulgar y en cierto sentido mundano: convertir oro, comprobar
Fulcanelli también es preclaro en su definición. Y quizá, junto con Paracelso, sea una de las poquísimas personas que desmitifican las virtudes mágicas o divinas atribuidas a la “piedra” (actitudes contrarias a las de su “discípulo” Canseliet).
Y dice:
“Lo que tratan de realizar (los maestros) , en primer lugar es la medicina universal o piedra filosofal propiamente dicha”.
Explicando que sólo es empleada para la curación de enfermedades, la “conservación de la salud y el crecimiento de vegetales”.
Por lo demás, Fulcanelli es muy moderado en atribuir propiedades injustificables, rayanas en el entusiasmo o la fantasía.
En sus obras jamás hace alusión a poderes suprasensibles o visiones sobrenaturales. Es más: como persona /s sensata /s y lógica tacha de exceso de imaginación a quienes procuran achacarle cualidades sobrenaturales a la piedra, como Sancelrien Tourangeau, en su “Clave de la gran obra”.
Pero detengámonos un momento a reflexionar.
A la hora de señalar las virtudes de la piedra la mayoría se muestran ecuánimes en cuanto a estas dos cosas: la conversión en oro de un metal vulgar y la obtención de una poderosa medicina.
Ahora bien, para obtener estas cosas, muchos modernos alquimistas –inspirados por las “voces” de “El retorno de los Brujos”- piensan -insisto una vez más - que hay que estar “preparados” o evolucionados espiritualmente.
Más allá de lo que creo yo de esta quimera(en donde se han entrelazado un maridaje de connotaciones ora sexualidad, ora espiritualidad, ora metafísica , ora química, ora física y hasta astronomía para explicarla; eso, por no leer los antiguos tratados que, como vimos, nada mencionan de estas cuestiones), habría que razonar que si la alquimia fuera verdadera y fuera algo que dependiera sobremanera de la evolución de la persona ¿ para qué se encargaron de cifrarla tan minuciosamente, pues no todos podrían llegar a ese mismo fin aunque quisieran, dependería de la evolución?
Y si se oculta algo es porque, en efecto, está al alcance de cualquier mortal ,independientemente de cómo sea ese mortal.
Pero, una vez más, dejemos a los Alquimistas zanjar esta cuestión (no se alarmen, sólo citaré dos):
Basilio Valentín asegura – en su “Tratado del Azoth” - que el Arte Sacro “puede ser aprendido en menos de 12 horas, y , en el espacio de 8 días, llevado a la perfección , cuando tiene en sí su propio principio”.[4]
Y el sincero Limojon Saint Didier advierte:
“No hay que esperar ver aquí una explicación en detalle, que descorra absolutamente el velo de este enigma Filosófico, para que aparezca la verdad al descubierto; si fuese así, sólo habría que arrojar al fuego todos los Escritos de los Filósofos; los sabios no tendrían ya ninguna ventaja sobre los ignorantes; unos y otros serían igualmente hábiles en este maravilloso arte.”
Lo que demuestra que en realidad la Gran Obra constaría –de ser cierta - de un secreto, una invaluable “formula” que, de conocerse y aplicarse, a todo el mundo lo pondría en la misma posición de ser “igualmente hábiles en este maravilloso arte”.
Por todo esto, para quienes empiecen con este Arte Sacro (y quieran perder sus buenos años de vida razonando y experimentandolo todo), bueno y necesario será comenzar recordando las palabras del adepto:
“Aquel que sepa con exactitud lo que desea obtener, hallará más fácilmente lo que necesita”.
Ahora piénsenlo. . .
Cristiano
[1] “El enigma de la catedral de Chartres”. Pg, 149.Louis Charpentier.
[2] Algunas suponen algún tipo de vinculación con el famoso Roger Caro, llegando a establecer que podría tratarse de la misma persona.
[3] “Dictionaire de Philosophie Alchimique” o “Tout La Grand Oeuvre Photographie”.
[4] Léase para más información “Les Demeures Philosophales”. Pg144.
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